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Suspensión

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Por Melina Wazhima Monné

 

Te predispones para ver una película de la selección de Cámara Lúcida. Sabes que no te dejará cómoda, que pedirá de ti, que se saldrá del molde. Quizá por eso la curiosidad sobre cómo Luis Herrera y Esteban Coloma, colegas cineastas ecuatorianos, confrontarían una historia que se relaciona con el migrar, tema que personalmente me convoca y que sin duda nos atraviesa.

 

Carmela y los caminantes apuesta por el retrato como una suerte de dispositivo, que, con Carmela como sujeto central, les permite pasear cómodamente por su universo, deteniéndose a observar a quienes lo pueblan y a escuchar con atención acentos y palabras. Tras los primeros veinte minutos, si optaban por una estructura aristotélica –que en ese momento era posible-, se habría presentado el conflicto que saca a Carmela de su normalidad de poca plata, mucho corazón para dar cobijo a viajantes venozolanos que llegan por decenas, cada día, a su casa; un hijo que se le va a Chile, otros siete que se van criando, un marido a quien los negocios no le salen del todo bien; pero este gran cambio, aquí, no sucede. El tiempo pasa, y los ciclos se repiten, porque la película, más que el camino, retrata el tambo, el alto en el viaje, y las contiendas de quienes habitan ese momento suspendido.

 

Una suspensión enmarcada por el blanco y negro que traslada la película hacia un territorio en el que los autores expresan sus contornos e intenciones. Presenciamos el devenir, a través de la mirada de los directores, y éste se materializa -de manera notable- en la cinematografía de Herrera; ducho fotógrafo, amable y hábil espectro que se cuela con la cámara sin hacerse notar, fluyendo entre el espacio y el tiempo de vida de los personajes, retratándolos, atrapando momentos de elocuente intimidad. Inolvidable la secuencia de la gente lavando ropa en el río, los caminantes viajando en el camión de Carlos, o la de la piscina en la que la pérdida se funde con el abrazo. Una colección de potentes momentos robados al desborde de personajes que pululan alrededor de Carmela y su casa.


Esa casa y esa Carmela que, a mitad de película, disloca sus rutinas, certezas y prioridades. Carlos ha sido acusado de transporte de drogas y está preso. Carmela cose, Carmela vende en el mercado, Carmela habla con los policías. La vida familiar ha entrado en suspensión.

Los caminantes apenas están, porque, aunque allí sigan, ahora la película abraza a Carmela y su propio viaje. Y es con ella con quien mejor se lleva la cámara. Con quien espera, correo se detiene, sin llegar a perturbar. Una complicidad al punto de no saber si es la mejor de las actrices o una de esas raras situaciones en las que cámara y personaje conviven, reafirmando a Carmela en su cotidiano performance, imperfecto, pero tan lleno de verdades esenciales.

Si llegué con curiosidad sobre cómo abordarían el tema del migrar, me voy comprendiendo que existe un punto en el que movimientos y migraciones se suspenden, confluyen; y que a veces esa conjunción implica apostarle a un personaje.

 

Comentario sobre Carmela y los caminantes (2025), de Esteban Coloma y Luis Herrera, por

Melina Wazhima Monné para Cámara Lúcida 2025.


Barcelona, 18 de agosto de 2025.

 
 
 

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