Nueve diferentes matices de un mismo color
- Dimensiones Internas
- 23 oct
- 4 Min. de lectura

Por Carlos Vázquez Mendez
“Interrogarse sobre el paisaje significa, todavía hoy,
interrogarse sobre el significado del mundo”
Claudio Minca
Nueve diferentes matices de un mismo color es un ensayo que consiste en nueve escenas que conforman una representación fragmentaria y extendida de un horizonte relacional.
Esta obra reúne lo particular y lo universal en una conversación con un territorio en disputa enmarcado por una ventana desde una única posición, al que se apela desde lo íntimo, lo histórico, lo político y lo estético, para vislumbrar los complejos procesos que lo han conformado a lo largo del tiempo y, simultáneamente, deconstruir la mirada que se posa sobre el.
I
Nueve matices, nueve pantallas, una ventana, un solo paisaje en múltiples representaciones. Utilizando una ventana como marco real y alegórico, la obra interroga un territorio a travesado por lo identitario mediante el desmontaje, el derribo, la exploración y la indagación de sus simbolismos, sus representaciones y su historia.
A medida que se van explorando todos los estratos de aquel paisaje, se va formando un plano donde se entrecruzan los procesos transformadores que continúa experimentando aquel territorio, desde lo geológico –encarnado por su origen volcánico– a lo histórico, referido a las dominaciones autóctonas, coloniales y postcoloniales que padece este paisaje y que hoy se presenta como un lugar que ilumina un entendimiento del territorio más complejo que lo que un paisaje bucólico como este aparenta.
Nueve diferentes matices de un mismo color es una obra que podría describirse sucintamente porque es en su dispositivo traslúcido –una ventana que enmarca una tozuda perspectiva sobre un mismo lugar–, y en su afán e insistencia de ver aparentemente lo mismo hasta que la diferencia se manifiesta, donde se vislumbran los muchos estratos que conforman un paisaje: Temporalidades geológicas, históricas, personales y elementales, en movimiento disímil aunque continuo; Manifestaciones climáticas, lumínicas, sonoras y eventuales que remecen la invariabilidad; Identidades que resignifican, consagran o valúan el territorio en un engranaje de impulsos y resistencias. Elementos, entidades, cosas y su significación.
También en la obra aparece insistentemente la pregunta por la perspectiva y la visión la cual es interrogada a través de la disposición física de la instalación, con la fragmentación y dislocación de un único punto de vista, controvirtiendo los modos de ver absolutos o generales. La pregunta sobre el acto de ver va ligado a su digresión.
¿Pero que quiere decir conversar con un paisaje?, como escribe Judith Butler “somos en cierto sentido, seres lingüísticos”, en consecuencia dialogar con una entidad inanimada en apariencia, prehumana, posthumana –aunque frecuentemente humanizada en el presente histórico–, que posee su propia agencia vehiculada por los innumerables actantes que la componen, es interrogar el territorio desde el intersticio que hay entre su representación y su significado, es entenderlo como un paisaje relacional. El paisaje es una forma de alteridad y la forma que esta obra propone de encarnar esa otredad es pensarnos también como ajenos. Por eso vemos y no vemos al mismo tiempo, estamos dentro y fuera de cuadro, observamos un paisaje pero estamos a la vez en otro tiempo y otro lugar. Queremos ver lo que vemos, creemos antes de ver. Esta obra se pregunta: ¿Donde termina el territorio-paisaje y comienza la idea-paisaje?; ¿Tiene sentido un paisaje sin una mirada posada en el?; ¿Es el paisaje territorio y representación al mismo tiempo?, ¿Dónde yace lo identitario en el territorio?.
El lenguaje de la forma permite de manera lúdica y experimental entrar y salir del marco estético, político y filosófico en el que estamos emplazados hoy. Entonces preguntarse por el paisaje indefectiblemente es preguntarse por la manera en que lo percibimos y como lo plasmamos. Atravesar tanto físicamente como conceptualmente un paisaje como este –Wallmapu–, implica que la pregunta por la forma incluya un marco histórico amplio donde lo colonial, lo poscolonial, lo decolonial y lo neocolonial se debaten en una reconceptualización sostenida del entorno. La disputa por la dominación o la sobrevivencia pasa por el control del lenguaje que construye mundo.
II
Desde pequeño que he venido desarrollado una identidad en trance, oscilo entre el arraigo y el destierro, me cuestiono continuamente sobre la identificación territorial, sobre las emociones que sembramos en los lugares, en los mitos y significados que albergamos en ellos. Desde que decidí volver a lo que entiendo como lugar de origen me surge la necesidad de establecer un dialogo con aquel paisaje.
Claudio Minca dice que interrogarse sobre el paisaje significa interrogarse sobre el significado del mundo, esta premisa podría definir la motivación general de este proyecto. Para mi preguntarse por el paisaje que intento representar una y otra vez en el proyecto, es intentar detenerme y con una mirada vigilante y atenta remover los relatos y tradiciones atribuidos a aquel lugar, entendiendo este gesto como una reivindicación tanto de la observación como del espíritu crítico. Con este proyecto me gusta pensar el rol del artista como recolector de fragmentos de la historia desperdigados en el terreno.
Deconstruir el paisaje a través de esta obra me permite ver sus estratos y repensar así las narrativas, las retóricas y los discursos asociados al territorio que han forjado nuestra identidad nacional, regional y étnica con el propósito de vislumbrar los desafectos y las desilusiones que nos desgarran. La historia está allí sedimentada en el paisaje.
Me interesa hacer una obra desde un aparente único punto de vista, por el potencial mismo que implica este dispositivo. Desde sus referencias directas a los orígenes de lo foto-cinematográfico (Niépce, Lumiére), a lo pictórico (Vermeer, Van Eyk), a lo científico (Van Leeuwenhoek, Huygens) hasta los juegos alegóricos entre la cámara y el estudio; las ópticas, los formatos y la ventana; el paisaje y el mundo. Proyectar la perspectiva desde un solo eje, fue una manera de emplazarse en el mundo, hoy esa perspectiva única está en crisis, así como también la mirada clara y nítida. Por eso la técnica, las prótesis, las lentes y los filtros formalizan una aproximación divergente de lo que entendemos por ver bien. Mi discapacidad visual (discromatopsia, ambliopía, astigmatismo, miopía, estrabismo, etc) me enfrentan a este paisaje eminentemente verde –color que no puedo ver– y a la pregunta sobre el ver y no ver.
Nueve diferentes matices de un mismo color fue rodada en un territorio cercano a la cara sur del volcán Llaima, el cual se ha convertido en mi hogar seis meses al año, durante los cuales soy parte de la comunidad Queule-Captrén compuesta tanto






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