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El cine autobiográfico de Darío Aguirre como escenario de memoria nacional: Nosotros, los Wolf

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Por Jennifer Dumes.


Hace pocoton que no veía un documental desde y por un costeño, fue lo primero que dije. Darío Aguirre, cineasta ecuatoriano guayaquileño radicado en Alemania hace más de 20 años, siempre regresa a la hora precisa cuando se pone el sol o cuando el Chimborazo se despeja frente a los cerros de Guayaquil; siempre antes de que algo se oxide o que se lo coma el trópico. Esta vez vuelve con un canto maternal, con una abuela que le dice oye, ¿y tú quién eres? Después de haberle repetido toda la infancia “¡Recuerda quién fue tu tatarabuelo!” Él se sienta con ella a recordar y preguntarse quiénes son, a escribirse pensando desde la figura de su pariente Theodor Wolf, alemán que realizó los primeros mapas del Ecuador. 


Dicen que la patria es una ficción, que somos hijos de la ficción y que la realidad sobrevive en las ficciones de los otros. Darío dispara preguntas, recoge respuestas diversas y registra un mapa genealógico de su familia Wolf mediante la lectura de un diario, entrevistas y lo meramente visual-artístico. Su intención no es fijar un hecho, es remover una verdad tanto propia como ajena, y, en ese gesto, acumula historias que desdeñan la ficción sobre su tatarabuelo. El quiebre llega con el hallazgo de la ausencia de registros sobre Jacinta Pasaguay, la tatarabuela indígena que el jesuita alemán nunca reconoció como mujer y cuya existencia fue ignorada, y el descubrimiento de la familia que Theodor tuvo en Alemania, a la cual nunca les habló de su linaje ecuatoriano. Surge, entonces, un desmontaje de la versión familiar de la historia, un agujero identitario:


¿Quiénes son los protagonistas de nuestras historias?

¿quiénes tienen lugar?                                                                       ¿a quiénes se borra?


El imaginario nacional está tejido por negaciones y vergüenzas que nos obligaron a mirar a través de un espejo ajeno. Esta dinámica construye una forma de vernos que privilegia lo otro: este mecanismo se hace presente en la abuela de Darío, que en un inicio pide que no se muestre a Jacinta, no es digna de incluir en el árbol genealógico. Frente a esta negación, el cineasta evidencia la tensión con honestidad. Lo hace también con todos los descendientes que se muestran orgullosos de poseer el apellido alemán con inscripción histórica. Al final, esta noción se va encandilando con un develamiento que pone la identidad de todos en crisis.

Darío, con una representación creativa, ingeniosa y delicada, atraviesa las montañas andinas, la amazonia, la península y el río Guayas; réplica y subvierte el camino que hizo el tatarabuelo, esta vez para escuchar cómo se construyó su identidad, quienes permitieron que los árboles crezcan, como nos percibimos y cómo nos perciben. La peregrinación se vuelve una cartografía ya no de un territorio, sino de los olvidos.  


El grill de César ayuda a entender la continuidad de su cine. Este documental articula la autorrepresentación desde la intimidad entre padre-hijo. En Nosotros, los Wolf desplaza la mirada en el fantasma del tatarabuelo. El dispositivo autobiográfico se mantiene, pero su escala se amplía en el diálogo filial y a la escucha histórica, que concluye con dar rostro a la tatarabuela anónima y a una descendencia que existió gracias a quienes cuidaron. Acá, la mujer atraviesa el peso de las omisiones, rozando lo trágico. Las mujeres son el núcleo afectivo y ético del documental. La presencia –y la no también– obliga a cuestionar no solo la genealógica, sino también la moral de un país que tiene memoria selectiva.

Un país sin cine documental es como una familia sin álbum fotográfico, dice Patricio Guzmán. Pienso en la urgencia que hemos tenido los ecuatorianos, desde el inicio de nuestro cine, por retratar, custodiar y contar, que no es más que un acto sincero, frágil y bondadoso por sujetar, a veces levemente, lo nuestro. El cine de Darío Aguirre se sitúa en un cruce entre la despatriación como una excusa para volver, y ese regreso se convierte en un diálogo intercultural. Es un cine que aparece del impulso, con interés, en el momento en que hay peligro de pérdida; saca la memoria debajo del colchón, llena los espacios en blanco y la enmarca en madera para colgarla en nuestras paredes. 


 
 
 

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