Habitar el cuerpo, habitar el mar
- Dimensiones Internas
- 23 oct
- 3 Min. de lectura

Por Nataly Maldonado.
Sobre Mama de Ana Cristina Benítez
Hay películas que se miran con distancia y hay otras que te arrastran, que te sumergen en un territorio que no sabías que también era tuyo. Mama, de Ana Cristina Benítez, es de esas películas que no se ven: se habitan.
Ante el diagnóstico de un cáncer de mama en etapa avanzada, Ana Cristina enciende la cámara y se enciende a sí misma. No se filma desde afuera: se filma desde adentro, desde ese cuerpo que duele, que resiste, que se depura. La elección de ponerse en el centro del encuadre no es un gesto narcisista, sino un acto político: inscribir el cuerpo enfermo en la pantalla como territorio narrativo y estético. La cámara no es testigo, es extensión de la piel, un órgano más, el contacto con el mundo.
El dispositivo se convierte en un diario sin palabras. No explica: revela. En esa crudeza hay ternura, en ese gesto de mostrarse vulnerable se abre un espacio común donde la experiencia de una mujer se vuelve la de muchas. El dolor deja de ser individual y se convierte en espejo: el cuerpo de Ana Cristina es también el cuerpo de quienes, en algún momento, han sentido que su propia carne se vuelve territorio enemigo.
Cada encuadre es una respiración agitada, cada silencio un mar en el que ella se hunde y en el que nosotros —inevitablemente— también nos hundimos. El mar aquí es más que metáfora: es refugio, amenaza, espejo. Un espacio líquido donde la vida se sostiene entre la flotación y el hundimiento. La enfermedad se vuelve ola que conduce hacia otra forma de habitar la feminidad.
Mama no busca compasión: invita a acompañar, a sentir con ella el peso de la soledad y la fuerza de seguir respirando. También habla del amor: del que sostiene, del que tambalea, del que a veces se convierte en silencio. Y lo hace con una honestidad conmovedora, porque no romantiza ni embellece el duelo: lo expone en sus matices, en sus grietas, en su fragilidad.
En lo íntimo late lo universal. Esa es la fuerza radical de Mama: desde la singularidad de un cuerpo abre una conversación sobre todos los cuerpos, sobre la vulnerabilidad como condición compartida.
Ana Cristina, tu película se siente como una carta escrita con el cuerpo, como un diario íntimo que respira entre silencios y mareas.Por eso te respondo también en forma de carta.
En cada visita al médico reconocí esa mezcla de temor y de esperanza: esa fe frágil que se renueva aunque los diagnósticos se oscurezcan. Tus imágenes me recordaron que incluso en el umbral del dolor siempre hay un resquicio de vida que insiste.
Pero tu película no se queda solo en la enfermedad. Regresa a tu infancia, a tus recuerdos, a esos momentos luminosos que se filtran como un contrapunto. Allí entendí que la fragilidad no borra la memoria, que en medio del duelo sigue viva la niña que fuiste, la mujer que ríe, la hija, la amiga. Esa superposición de tiempos es lo que hace que Mamá sea también una película sobre lo que nos sostiene.
Me conmovió ver cómo quienes te rodean también transitan su propio camino: la familia, los amigos, la pareja que a veces no puede resistir tanto como tú. Esa diferencia no es un reproche, es una revelación: cada cuerpo y cada corazón viven el duelo a su manera. En tu pérdida también se inscribe la de los otros. Y la película lo muestra con una honestidad que duele, pero que al mismo tiempo libera.
Tus imágenes son heridas abiertas, pero también cartas. En ellas descubrí que la vulnerabilidad puede ser un gesto de fuerza. Que acompañar a alguien en su dolor no significa tener respuestas, sino estar presente, incluso en silencio.
Me pregunto:¿qué significa habitar un cuerpo que se quiebra?¿qué significa seguir llamándose mujer cuando la enfermedad lo invade todo?¿qué significa seguir siendo mujer cuando el cuerpo se rompe?
Tu película, deja abiertas esas preguntas.Pero nos permite compartirlas.Nos recuerda que cada duelo es distinto y, sin embargo, todos compartimos ese mar en el que flotamos entre la vida y la pérdida.
Gracias, Ana Cristina, por transformar tu intimidad en una carta que nos incluye a todos. Por mostrarnos que, incluso en el dolor más profundo, hay lugar para la ternura, para la memoria y para el amor que persiste aunque tambalee.
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Al finalizar de ver Mama queda el rumor del mar. Queda el pulso de un cuerpo que insiste. Queda la memoria de una cámara que se atrevió a mirar donde casi nadie quiere mirar.Quizá eso sea lo que el cine, en su forma más radical, puede darnos: la posibilidad de habitar, por un instante, la vida del otro, el dolor del otro, el amor nuestro...






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