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Insectos, noticias y accidentes felices de una memoria que se nos va.

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Por Alfredo Mora Manzano.


Sobre Cantos del Este de Jean-Jacques Martinod y Matthew Wolkow, y Autorretrato a los 13 de Óscar Illingworth.


Con acento guayaquileño, Jean-Jacques Martinod nos cuenta un sueño que se ha repetido en su cabeza durante varias noches: camina por una playa conocida y comienza a entender que el ruido del mar se confunde con el canto de las cigarras. Dentro del sueño describe a ese sonido como 'físico' y que la fuerza del canto lo sostiene y lo hace levitar, el sueño termina cuando los insectos se alimentan de su piel, pero no le causan dolor. En Cantos del Este, largometraje co-dirigido por Jean-Jacques Martinod y Matthew Wolkow, este sueño es un punto de giro, nos enteramos que, de manera epistolar, Jean Jacques ha heredado este proyecto de Wolkow y que lo desarrollan compartiendo avances sobre entrevistas y experiencias de personas inspiradas por el ciclo de vida de la Brood X, una especie de cigarra que despierta cada 17 años en algunas regiones del este de Estados Unidos.

 

Por otro lado, Oscar Illingworth -también guayaquileño-, empezó a grabar las primeras imágenes de su carrera borrando los casetes de VHS donde su madre, presentadora de noticias en un canal que ya no existe, archivaba algunos noticieros transmitidos al mediodía. En su cortometraje Autorretrato a los 13, los noticieros y comerciales de TV, entrecortados con la imagen infantil filmada por Illingworth, nos muestran un país que parece cambiar poco, aunque en realidad cambie mucho

 

Los dos trabajos coinciden en narrativas únicas, que se sostienen en formatos que solían ser cotidianos y que se niegan a desaparecer, 16mm y VHS.

 

En Cantos del Este, una secuencia completa parece arruinarse cuando la cámara deja de correr de manera adecuada, dando por resultado que el rollo de 16mm revelado, muestra imágenes difusas de una mujer que usa a las cigarras para hacer dioramas de vida cotidiana, lúdicamente, pero con respeto. En lo que podría definirse como un ‘accidente feliz’, el material —con su grano y arrastre continuo— se vuelve más comprensible. Nos ayuda a entender que la mujer convierte a los insectos en personajes porque los admira y hasta los extraña.

 

Jean-Jacques y Matthew se han remitido estas imágenes de entrevistas de los fanáticos de las cigarras a través de los Estados Unidos y Canadá, a veces con complicidad y otras sin coincidir en la dirección que la película debe tomar. Tal como las cigarras, el material cobra nueva vida gracias a las decisiones de ambos, no solo para concluir la película, sino que también influye en sus vidas personales: mientras Matthew ha encontrado un lugar estable, Jean-Jacques se ha convertido en un nómada que recorre América y Europa. Al final,  Matthew  Wolkow, como editor del filme, crea un cierre cohesivo con el material que Jean-Jacques, como fotógrafo, le ha entregado: una serie de personajes, paisajes y sueños que renacen a través de los accidentes de una cámara de cine que a veces no responde de manera esperada, la geografía particular de Maryland y personajes únicos cuyos ciclos de vida, como los de la cigarra, solo conoceremos cada 17 años.      

 

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Oscar, por su parte, rescata del archivo -lleno de ruido blanco del VHS-, instantes congelados del fin de milenio en un Ecuador que no se desprendía del trauma de la guerra con el Perú. También captura un Guayaquil cuya élite se dejó llevar por el delirio colectivo de viajar a escuchar a una adolescente cuencana que, según ellos, canalizaba el espíritu de la madre de Jesucristo. La vejez lúcida del VHS sirve para ilustrar los juegos de luz del sol de El Cajas, que la masa esquizofrénica confundía o interpretaba con señales de la presencia de la virgen. Oscar de niño no se preocupaba por las imágenes que estaba borrando, su mundo íntimo era más importante de salvaguardar.

 

Jean-Jacques y Oscar son guayaquileños que apuestan por apuntar la cámara a sí mismos y no existe autorretrato autorreferencial que no hable del cine en sí mismo. Ambas películas usan las texturas de su medio como un parangón de cómo funciona nuestra memoria. Esta memoria no es una imagen prístina y digital de alta definición, sino una serie de flashes de revelado y de cinta que construyen un caleidoscopio que solo nosotros podemos entender. Yo, como guayaquileño, perteneciente a una generación mayor a la de Jean-Jacques y Oscar encuentro en sus accidentes felices de 16mm y VHS, un reflejo de lo que para mí es Guayaquil: una ciudad cuya memoria desaparece y se repite cada cierto tiempo, como el canto de las cigarras, pero que también graba y borra recuerdos, reemplazándolos con las imágenes de nuestra infancia que queremos conservar.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 
 
 

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